El jardinero fiel

Gemma Sara Ventín. Profesora de Bureau Veritas Centro Universitario.

Tres, dos, uno: ¡acción! Comprometerse con el mundo supone ejercer la crítica con las acciones que nos rodean. De esta forma, bajo el marco de la recreación literaria de la consciencia, David John Moore Cornwell, novelista británico conocido por el seudónimo de John le Carré, nos presenta una visión crítica ante a la actuación de una multinacional farmacéutica en una población del este africano.

Como suele ser habitual en este novelista, especializado en el suspense y el espionaje, el lector se adentra en una red de causas y efectos habituales en “nuestro tablero de ajedrez social”.

Con la versión cinematográfica de su novela, nos sumergimos en un complicado caso donde el valor social se desmorona en detrimento de unos pocos. La experiencia del deber, propio de la ética, es anulado por el beneficio inmediato y el sentimiento de supremacía del bien común, con el que se aplica la premisa: “el fin justifica los medios”.

A este respecto, dentro de la historia de la investigación y profesión médica, el autor Diego Gracia (1998) establece varios periodos evolutivos con los que entender el marco conceptual histórico de la investigación con seres humanos:

  1. Una primera fase que se define como clínica fortuita o experimentación antigua, donde el avance de los conocimientos de medicina no obtuvo un gran desarrollo, ya que en esta etapa la investigación se ejercía sólo a través del “beneficio para ese paciente”, es decir, mediante la mejora del individuo a través de la aplicación analógica ante síntomas familiares.
  2. Una segunda etapa caracterizada por la investigación clínica diseñada o experimentación moderna, en la que se platea una hipótesis, una metodología y una comprobación de resultados. Pasamos en esta fase de un beneficio individual a un beneficio colectivo, donde el valor de ese “bien colectivo” es exaltado a extremos más que cuestionables, hasta que es delimitado por las causas de experiencias acotadas en el Código de Núremberg.
  3. Y un último periodo, recogido bajo la denominada investigación clínica regulada o experimentación actual, donde el valor social se debe contemplar desde un marco de equidad y valores universales.

Sin duda, ciencia y sociedad son dos realidades inseparables, tal y como describe la Academia Nacional de Ciencias de los Estados Unidos: la ciencia es, de manera inherente, una empresa social, en agudo contraste con el estereotipo popular de la ciencia como una sola, aislada, búsqueda de la verdad.», 

Ciencia y sociedad son dos realidades que deben convivir en cohesión con el elemento que las une: el ser humano, entendido como una individualidad con unos derechos inalienables e inherentes por naturaleza.

De ahí parte la crítica que se difunde con esta película, El jardinero fiel. Un largometraje que nos sumerge en la lucha de una activista que intenta destapar las cuestionables acciones de una multinacional farmacéutica que estaba realizando ensayos clínicos con un sector de la población keniata.

Así, desde la crítica, entra en juego la recreación de un mundo de conspiración donde la extorsión, la corrupción y el asesinato son mecanismos de actuación presentes en un prisma de ocultismo empresarial y gubernamental.

Aunque en la película no se hace mención a un hecho real, sin duda, con este relato se puede dar voz a lo acontecido, por ejemplo, en Nigeria, donde la multinacional farmacéutica Pfizer llevó a cabo un ensayo clínico sobre un sector de la población infantil de Kano (en el año 1996).

En esa ciudad amurallada del norte del país, se suministró un antibiótico inyectable denominado Trovan, que se encontraba en la última fase de su investigación. En ese momento el norte de Nigeria estaba sumida en una virulenta epidemia de meningitis, que se cobró la vida de 25.000 personas.

Estos ensayos se llevaron a cabo, según las autoridades nigerianas, sin la autorización ni del Comité Ético Nigeriano ni del hospital donde se realizaron las pruebas. Un ensayo que se saldó con graves malformaciones físicas y mentales en 200 niños y la muerte de más de una decena de sujetos sometidos al Trovan.

Entre las consecuencias sociales de este hecho en concreto se podrían enumerar la escisión de la confianza de los ciudadanos nigerianos en el sistema de salud y organizaciones sanitarias, con la consiguiente desconfianza hacia la medicina occidental. Otro efecto fue el incremento de las falsificaciones y las dudas sobre los procedimientos llevados a cabo por las grandes multinacionales para combatir las enfermedades que azotan el continente africano.

El jardinero fiel es una película de denuncia y reconocimiento a la labor de muchas personas que creen y luchan por la igualdad y los derechos humanos. Así se recalca en los créditos finales: “Esta película está dedicada a Yvette Pierpaoli y a todos los demás trabajadores humanitarios que vivieron y murieron importunando”.

Con los hechos recogidos en esta película nos adentramos en una disciplina de la investigación clínica que cuenta con sus mecanismos de regulación internacionales. Como el Código de Núremberg, el Informe Belmont o la Declaración de Helsinki de la Asociación Médica Mundial.  Y con sus directrices propias, como los Códigos de Buenas Prácticas de cada institución médica o científica, las recomendaciones del Comité de Bioética de España o el Código de Buenas Prácticas Científicas del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). Lo más decepcionante, como ciudadanos, como miembros e integrantes de una estructura social, es que lo acontecido con la farmacéutica estadounidense Pfizer no es una excepción.

También podríamos citar el caso Willowbrook, con la inoculación del virus de la hepatitis a niños discapacitados; el caso Jewish Chronic Disease Hospital, que investigó la inyección de células cancerosas en ancianos a los que no se les informaba sobre las causas y naturaleza de las mismas; o el caso Tuskegee, sobre la inoculación del virus de la sífilis en una población masculina de raza negra, a los que no se les medicó, cuando existía un tratamiento eficaz contra la enfermedad, con el objetivo de observar el curso natural de la enfermedad).

La ciencia no se puede considerar una actuación puramente neutral. La aspiración al conocimiento tiene un coste, dado que sus análisis e investigaciones están vinculados al principio de causa y efecto.

Actuemos teniendo presente los principios que nos mueven y las consecuencias de nuestras acciones. En la búsqueda de conocimiento, como académicos y científicos, debemos tener presente el valor social de nuestros objetivos en su sentido más amplio, es decir, contemplando los riesgos, los bienes, los mecanismos de investigación y las repercusiones globales (positivas y negativas) de las posibles acciones a realizar.

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